Miércoles, 11/01/23

«Vamos a renunciar a la libertad en nuestro afán por usar la nueva tecnología.»

Martin Heidegger

Ayuno de dopamina

Algunas personas me preguntan por cómo llevo el tema de vivir sin móvil, si puedo sobrellevarlo y si me está costando trabajo haberlo dejado tras la decisión de abandonar definitivamente su uso el pasado 30 de diciembre de 2022.

Lo cierto es que no me asombra la pregunta. Por propia experiencia sé del grado de adicción que su uso provoca. Por no hablar de la pérdida de mácula ocular que produce el mirar pantallas con el paso de los años. Así como las radiaciones a que se ve sometido el cerebro cuando se habla a través de semejante artefacto. Algo de lo que no se habla, pero que todo el mundo sabe.

Al margen de una aparente y superficial comodidad, su uso provoca una inmensa cascada de desventajas, las cuales también todo el mundo sabe, pero no se habla. Es cierto que no estoy en contra de la tecnología, pero también es verdad que me resulta bastante indiferente. Hemos apostado por el humanismo, así que la tecnología no ocupa ningún lugar en nuestra escala de valores.

Por el contrario, consideramos imprescindible aplicar la capacidad de discernimiento –viveka– para poder discriminar entre lo positivo y lo negativo que el uso del móvil puede traer. Es correcto darse cuenta del número de ventajas que la telefonía móvil ha traído a nuestras vidas. Pero, no por ello es necesario olvidar la contrapartida que conlleva: las desventajas.

Ambas, una vez puestas en la sutil balanza del discernimiento, gana – y lo hace por goleada, como dicen los aficionados al balompié–, el platillo de los inconvenientes y desventajas. Motivo por el que es preciso aplicar la Ley de la Coherencia y abandonar su uso, erradicando de nuestra vida una de las peores influencias que mayores perjuicios conlleva.

Entre los numerosos inconvenientes que de sobra todo el mundo conoce, pero nadie reconoce, es la capacidad de provocar un exceso de dopamina en el cerebro. Tal órgano genera, entre otras muchas substancias, dopamina por un lado, y opioide por el otro. La primera, genera la búsqueda de satisfacción. La otra, el opioide, placer por la satisfacción obtenida.

Entre ambas, gana la dopamina. Con lo que el cerebro siempre va a estar impelido a buscar nuevas impresiones en busca de satisfacción, pues siente la necesidad de satisfacción. Y, si tal satisfacción es inmediata, mejor. Ambas sustancias generan adicción, pero la dopamina es más intensa y también más rápida, afectando profundamente a nuestro psiquismo generando adicción.

En este sentido, se ha conseguido el instrumento perfecto. Aquél que por un lado genera un anhelo de satisfacción inmediata (dopamina) a través de nueva información, bien a través de vídeos, fotos, artículos, noticias, libros, y un larguísimo etcétera. Así es como se ha logrado que el hombre se haga adicto a la insatisfacción y se vea abocado a buscar constantemente verse satisfecho.

Primero, fue la obsesión por las compras, sumergido en la absurda creencia de que el consumismo generaría la anhelada dosis de opioides. Lo cual está claro que no es cierto. Y si la conseguía, era tan nimia que apenas se extendía en el tiempo. Así pues, había que seguir buscando nuevas vías de satisfacción. En tal búsqueda se segrega la dopamina, con la ansiedad añadida. Una pescadilla que se muerde la cola, introduciendo al hombre en un jardín sin salida, anulando la posibilidad innata de autoconomiento y autorrealización. No interesa un hombre despierto, sino dormido en la búsqueda de satisfacción.

Así, el móvil es un instrumento adictivo maravilloso que cumple a la perfección el cometido por el que fue diseñado. Ahora se entiende que se regalaran terminales en sus inicios ¿lo recuerdas? La adicción es su mayor cualidad. Resulta más adictivo que las viejas drogas duras, como la heroína y la cocaína, que en su momento destrozaron a una generación entera, como también todos sabemos, pero no queremos recordar. ¿Por qué olvidamos lo importante con tanta facilidad?

El uso del móvil anula nuestra voluntad al hacernos adictos a lo innecesario. Nos engancha a todos: desde niños a ancianos. A los inteligentes de verdad y a los menos inteligentes, pero que el móvil les hace creer que lo son porque encuentran información con solo apretar un botón. También a los pobres y a los ricos. Nadie escapa al poder adictivo de la pantalla brillante e interactiva, capaz de satisfacer nuestro deseo de nuevas impresiones con solo apretar un icono de colores.

Quizá, lo más sutil de su uso sea que no se lo considera nocivo, como las otras drogas. Antes al contrario, usar el móvil es algo moderno y está bien visto. Uno se siente importante cuando lo lleva en la mano o responde a una llamada delante de los demás. A simple vista no se aprecia el daño al que el individuo es sometido. Sin duda que con el tiempo se verá. Pero, para entonces será demasiado tarde. De hecho, ya lo es.

Todo el mundo ha cedido humildemente su voluntad ante semejante aparato, haciéndose «imprescindible». Nadie se atreve a salir de su casa sin el artefacto de marras. Y si lo hace, lo pagará con un estado de ansiedad que le durará hasta que regrese junto a su preciado artilugio y pueda consultar las llamadas que ha tenido, los mensajes que han entrado y demás información innecesaria. La adicción a los móviles ya está considerada patología en psicología, se llama Nomofobia ¿A que no sabías que era una enfermedad?

Jamás pensamos que semejante estado de adocenamiento sucedería ¿verdad? Pues ha ocurrido. ¿Y ahora, qué podemos hacer? Muy sencillo. Dejar de usar el móvil. Y no pasa nada. Bueno, eso no es del todo cierto, al hacer ayuno de dopamina pasan muchísimas cosas. De entre todas, la principal es que aparece una olvidada concentración que el uso del móvil impedía al estar interrumpiendo constantemente el hilo invisible de la concentración.

También aparecen un sinfín de pequeñas cosas que siempre habían estado ahí, pero que, en la búsqueda de una nueva aplicación que facilite nuestra gestión, en vez de contactar con una persona y hablar con un ser humano para que nos realice la gestión. O encontrar un nuevo botón para conseguir esa nueva información que consiga la efímera dosis de satisfacción.

En mi caso particular, ahora encuentro mayor placer en la lectura de libros; volver a tocar el piano; jugar al ajedrez con personas, no con aplicaciones; pasear por un bosque sin interrupciones de llamadas o mensajes; conversar con mis amigos tomando un café sin tener que consultar a San Google si en la conversación nos surge una duda; etc.

Por otro lado, el que haya abandonado el uso del teléfono móvil no es sinónimo de que haya dejado de comunicarme con mis familiares, amigos, alumnos y semejantes. Existe el teléfono fijo, también siempre ha estado ahí, pero ya no se le hacía caso. Además de otras vías como puede ser el correo electrónico, las videoconferencias, etc.

Para mi sorpresa, dejar de usar el móvil no ha significado aislamiento, tal y como algunas personas preconizaban. Antes al contrario, gracias a ello, ahora estoy más en contacto con todos. Como es posible apreciar, todo son ventajas. Es posible vivir sin móvil. Ya lo sabíamos, pero al igual que la sensación ser, de existir, y tantas otras cosas, lo habíamos olvidado.

 

Silencio Interior – Escuela

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Ayuno de dopamina