Entrar en la esterilla para practicar una sesión de Hatha Yoga es iniciar un viaje sobre una alfombra mágica cuyo destino la mente no puede ni tan siquiera imaginar.

¿A dónde nos llevará tal periplo? Casi todo el mundo conoce las excelencias del Hatha Yoga, el yoga físico, y de sus asanas, las posturas que lo caracterizan: equilibrio, claridad, intuición, bienestar físico, emocional y mental, aumento de los niveles de energía, etc.

Sin embargo, hay algo que siempre debiéramos recordar: antes que nada, el Hatha yoga es el inicio de una relación de amor con el cuerpo, y una relación de amor sólo puede estar basada en la escucha atenta.

Escuchar el cuerpo, sentirle, percibir todas sus necesidades, las profundas y las superficiales. Conocer sus limitaciones y respetarlas, siempre sin obligarle a traspasarlas, al tiempo que se descubren sus posibilidades de contracción y expansión, relajación y tensión, flexión y extensión, estiramiento y rotación… Es decir, conocer en mayor profundidad nuestro cuerpo.

En definitiva, eso es el yoga: la posibilidad de despertar todas las potencialidades que el ser humano lleva inherentes en su naturaleza. Y a través de tal despertar, alcanzar el conocimiento de nosotros mismos, llegar a descubrir aquello que somos en realidad. A fin de cuentas, el cuerpo es reflejo del espíritu.

Así pues, cuando realizamos una secuencia de asanas, en realidad lo que hacemos es preparar cuerpo y mente, energías vitales y mentales –solares y lunares–, para la conexión consciente con el espíritu que lo habita.

Consideramos que en ningún momento hay que intentar lograr el asana perfecta. La perfección ya está en el ser, y por extensión en el cuerpo. En todo caso, nuestra labor consistiría en permitir que tal perfección se exprese.

Se hace necesario olvidar el concepto mental de perfección y centrarse en la intención. Es mil veces mil más importante el acto de intentar que el de conseguir. En el intento se trascienden los límites mentales. Intentar es un acto pleno de poder.

No hay que forzar nada. Es preferible transmitir al cuerpo la idea del intento. A fin de cuentas, intentar es conseguir. La sabiduría inherente al cuerpo comprenderá nuestra pretensión, y en un corto espacio de tiempo accederá a nuestros intentos y pretensiones.

En verdad que es hermoso ver cómo posturas que en un principio a la mente le parecían imposibles –palabra que, dicho sea de paso, está prohibido usar en nuestras clases– poco a poco, con el acto de la intención, se van consiguiendo a través de una suave, amable y perseverante práctica cotidiana.

El cuerpo dispone de una inteligencia que le es propia, y también de memoria. El cuerpo sabe, aprende y recuerda lo aprendido. La mente incorpora el nuevo aprendizaje en el psiquismo del individuo.

 

Atención a lo que se dice 

¿Por qué está prohibido emplear la palabra “imposible”? La respuesta es simple, y estamos seguros de que el lector lo ha adivinado. Si en las palabras del practicante emerge un concepto –imposible, en este caso–, es porque antes ha sido pensado. Si ha existido un pensamiento, ha sido por una creencia. Y, si la creencia está fuertemente arraigada en el subconsciente, no habrá manera de conseguir la realización del asana.

No percibimos el mundo tal y como es, sino como nosotros somos. Tan sólo percibimos aquellas creencias que del mundo tenemos. Nuestros pensamientos hacen que nuestra realidad se configure día a día. Creamos nuestros limitados microcosmos con nuestras creencias. Y, las creencias no son más que la suma de todas nuestras emociones, pensamientos y experiencias acumuladas a lo largo de la existencia en el subconsciente.

Así pues, poco a poco –es importante permitirse este poco a poco– al modificar el patrón de pensamiento el cambio de creencias es inevitable, y con ello la percepción del mundo. Al menos, de nuestro pequeño mundo, del microcosmos que nos hemos creado.

Tal cambio sería un gran peldaño en la escala de conexión con la consciencia, pues comprenderíamos que no es el mundo lo que hay que cambiar, sino nuestro modo de percibirlo.

Así pues, si al observar nuestra mente cuando pensamos aquello de: “¡Uy! ¿Eso? ¡Eso es imposible!”, en vez de permitir la materialización de tal pensamiento a través de la palabra, lo que hacemos es pasar a la acción a través del intento, todo puede cambiar. Con ello, lo que en realidad estaremos haciendo es trascender las limitaciones que nuestras creencias nos imponen.

A través del intento se despierta la sensación física de “Puedo. Quiero”, que la mente traducirá en un nuevo pensamiento, lo que a su vez se transformará en una nueva experiencia, que con el tiempo dará lugar a una nueva creencia. Entonces, se observará que el cambio, la transformación ha sucedido, es una nueva realidad.

Ahora bien, si por el contrario, comenzamos a justificar las limitaciones a través del constante parloteo interior, ciertamente nos quedaremos con ellas.

Yoga es la posibilidad real de trascender los límites. No puede ser de otra manera. Una ciencia del alma que lleva más de cinco mil años sin pasar de moda tenía que ser por algo.

Gracias por tu atención

 

Publicado en la revista “Universo Holístico” –  Octubre 2.009

 

 

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